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Hablando se entiende la gente

Mientras que en Europa el auge de los dialectos hace de Bruselas una pequeña torre de Babel, globalmente el número de idiomas declina estrepitosamente, y con cada idioma perdido desaparece no sólo una forma de expresión lingüística, sino también un modo de interpretar y catalogar la realidad.
De las 9.600 lenguas que actualmente se hablan en el mundo podría desaparecer hasta un 90%. Por este motivo, en los últimos años ha crecido la iniciativa de salvar la existencia de las lenguas en peligro a través del concepto de derechos humanos lingüísticos.

Hace varios años, cuando el conflicto en la ex Yugoslavia alcanzaba proporciones catastróficas, un periódico estadounidense publicó una viñeta cuya gracia era que, cada dos o tres cuadras, los turistas se encontraban en una nueva república. A pesar del tiempo transcurrido la viñeta parece tener aún vigencia, no sólo para los Balcanes sino para toda Europa. Basta leer las noticias de Bélgica, por ejemplo, donde Wallonia y Flanders no se ponen de acuerdo ni en el idioma ni en el gobierno, o pasar por Cataluña, donde la enseñanza primaria se imparte en catalán y no en castellano. La verdad es que si cada dialecto o idioma europeo decidiese reclamar territorio, estaríamos contando con más de 107 repúblicas independientes.

Esto no es motivo de pánico ya que, a pesar de que estemos presenciando un resurgimiento fuerte de las tradiciones y raíces locales dignas del feudalismo, los dialectos e idiomas oficiales han coexistido de forma más o menos pacífica desde la creación del estado-nación. Francia siempre ha sido citada como el ejemplo clásico de este tipo de estructura; pero a más de dos siglos de la Revolución Francesa y de la declaración del dialecto parisién como lengua oficial, existen aún más de nueve millones de personas que dominan alguno de los idiomas locales no directamente relacionados al francés, como ser vasco, bretón, alsaciano, flamenco, catalán, córsico u occitano. Y esto en el país que se supone es el más uniforme de la Unión Europea.

Si camináramos de pie de Francia a Italia no encontraríamos dos pueblos adyacentes en los que sus habitantes no se pudiesen comunicar, pero es obvio que en algún momento de este dialecto continuum habremos pasado del francés al italiano. Es más, habremos pasado de Francia a Italia, ya que las fronteras son políticas y no lingüísticas.

Como comentara Max Weinrich, la definición de un idioma es “un dialecto con armada y fuerza naval”. Por eso cuando hay desacuerdos acerca del estatus de un dialecto, el problema es inherentemente político y no lingüístico. El mencionado conflicto de los Balcanes, la problemática de los gitanos y el romani, o la situación de las lenguas aborígenes australianas anindilyakwa y nyikina son buenos ejemplos de cuestiones políticas revestidas de problemas lingüísticos.

En teoría, los estados democráticos deben garantizar los derechos de los grupos minoritarios. Pero si esos derechos excluyen al idioma lo que ocurre es que se pone en peligro la mera existencia de las minorías, que tenderán a ser asimiladas por grupos lingüísticos mayores. En Rusia, antes de la creación de la Unión Soviética, la biodiversidad lingüística era importante. Pero con la llegada del Comunismo y el empleo del idioma ruso como agente homogenizador, la pérdida de idiomas asiáticos se aceleró gravemente. De itelmen, en la península de Kamchatka, quedan menos de un par de docenas de habitantes ancianos. El fascinante archi, en el Cáucaso, que es tan complejo que un solo verbo puede tener hasta más de 1.5 millones de formas, cuenta ya con menos de 1.200 parlantes. Las características excepcionales del archi y cada una de estas lenguas demuestran una reflexión humana profunda sobre la capacidad de adaptación al medio. Al extinguirse un idioma, su creatividad e interpretación de la realidad desaparecen abruptamente de nuestro conocimiento común.

En el mundo se hablan aproximadamente de seis a siete mil idiomas y dialectos; considerando los puntos anteriormente expuestos vemos que es difícil establecer una cifra precisa. La estudiosa finlandesa Tove Skutnabb-Kangas estima que en los últimos 500 años la mitad de los idiomas que se conocían han desaparecido, notablemente por procesos de colonización o asimilación a idiomas y culturas más difundidas. Si esta tendencia continúa, el 90% de los idiomas actuales habrá desaparecido en los próximos 100 años, bajando el número total de idiomas sobrevivientes a unos meros 600.

Lo más preocupante de esto es que lo perdido con cada idioma que desaparece no es sólo una forma de expresión lingüística, sino un modo de interpretar y catalogar la realidad, un Weltanschauung. Por eso es importante proteger la diversidad de las lenguas. La asociación Terralingua, por ejemplo, propone incorporar el concepto de diversidad cultural humana dentro del concepto de bio diversidad, a modo de poder proteger oficialmente a las lenguas y dialectos menores, y a aquellos grupos humanos que los hablan, ya que sin un marco legal de derechos humanos lingüísticos se acelera la vulnerabilidad de las minorías y se aumenta su riesgo de marginalización o desaparición.

Un caso interesante de lo que estamos perdiendo es el de los alacalufes, única etnia sobreviviente de todas las culturas originarias de Tierra del Fuego. Se estima que la cantidad de hablantes de kawesqar no llega ni a 15 personas, pues el español ha absorbido a la lengua aborigen. Es una pena ya que este idioma es un caso completamente aislado, sin conexión a ningún otro grupo de lenguas. El kawesqar no tiene ni números ni conceptos para jerarquías (rico, pobre), y carece de tiempo gramatical futuro (dato interesante, dadas las duras condiciones climáticas del sur de Chile). Contrariamente, el pasaje de conocimiento y la historia del pueblo son muy importantes: gramaticalmente el pasado tiene cuatro tiempos, uno de los cuales es el pasado místico, en el cual se cuentan los mitos orales del grupo.

Y como este caso hay varios. De tariana, en la cercanía del río Vaupes en el Amazonas brasilero, se estima que quedan menos de 100 hablantes. Esta lengua incluye un componente en su gramática gracias al cual sólo se puede decir algo con certeza: cabe preguntarse si quienes lo hablan pueden mentir o crear ficción. El rama en el Caribe, el saami del sur de Noruega, el penan en la isla de Borneo y el ch’orti’ en Guatemala y Honduras, último eslabón de la civilización maya… todos ellos están en vía de extinción.

Preservar los idiomas no es un acto de mantener gustos exóticos superficiales o estéticamente interesantes, sino de salvar formas de transmisión e interpretación de conocimiento. La biodiversidad cultural nos enriquece como seres humanos. Que exista una lengua como el Kawashkar con un tiempo verbal para contar mitos es fascinante; que permitamos que se pierda es una tragedia evitable.

adaptado de un artículo publicado en la revista uruguaya Dixit