Monthly Archives

September 2016

cultura

Hablando se entiende la gente

Mientras que en Europa el auge de los dialectos hace de Bruselas una pequeña torre de Babel, globalmente el número de idiomas declina estrepitosamente, y con cada idioma perdido desaparece no sólo una forma de expresión lingüística, sino también un modo de interpretar y catalogar la realidad.
De las 9.600 lenguas que actualmente se hablan en el mundo podría desaparecer hasta un 90%. Por este motivo, en los últimos años ha crecido la iniciativa de salvar la existencia de las lenguas en peligro a través del concepto de derechos humanos lingüísticos.

Hace varios años, cuando el conflicto en la ex Yugoslavia alcanzaba proporciones catastróficas, un periódico estadounidense publicó una viñeta cuya gracia era que, cada dos o tres cuadras, los turistas se encontraban en una nueva república. A pesar del tiempo transcurrido la viñeta parece tener aún vigencia, no sólo para los Balcanes sino para toda Europa. Basta leer las noticias de Bélgica, por ejemplo, donde Wallonia y Flanders no se ponen de acuerdo ni en el idioma ni en el gobierno, o pasar por Cataluña, donde la enseñanza primaria se imparte en catalán y no en castellano. La verdad es que si cada dialecto o idioma europeo decidiese reclamar territorio, estaríamos contando con más de 107 repúblicas independientes.

Esto no es motivo de pánico ya que, a pesar de que estemos presenciando un resurgimiento fuerte de las tradiciones y raíces locales dignas del feudalismo, los dialectos e idiomas oficiales han coexistido de forma más o menos pacífica desde la creación del estado-nación. Francia siempre ha sido citada como el ejemplo clásico de este tipo de estructura; pero a más de dos siglos de la Revolución Francesa y de la declaración del dialecto parisién como lengua oficial, existen aún más de nueve millones de personas que dominan alguno de los idiomas locales no directamente relacionados al francés, como ser vasco, bretón, alsaciano, flamenco, catalán, córsico u occitano. Y esto en el país que se supone es el más uniforme de la Unión Europea.

Si camináramos de pie de Francia a Italia no encontraríamos dos pueblos adyacentes en los que sus habitantes no se pudiesen comunicar, pero es obvio que en algún momento de este dialecto continuum habremos pasado del francés al italiano. Es más, habremos pasado de Francia a Italia, ya que las fronteras son políticas y no lingüísticas.

Como comentara Max Weinrich, la definición de un idioma es “un dialecto con armada y fuerza naval”. Por eso cuando hay desacuerdos acerca del estatus de un dialecto, el problema es inherentemente político y no lingüístico. El mencionado conflicto de los Balcanes, la problemática de los gitanos y el romani, o la situación de las lenguas aborígenes australianas anindilyakwa y nyikina son buenos ejemplos de cuestiones políticas revestidas de problemas lingüísticos.

En teoría, los estados democráticos deben garantizar los derechos de los grupos minoritarios. Pero si esos derechos excluyen al idioma lo que ocurre es que se pone en peligro la mera existencia de las minorías, que tenderán a ser asimiladas por grupos lingüísticos mayores. En Rusia, antes de la creación de la Unión Soviética, la biodiversidad lingüística era importante. Pero con la llegada del Comunismo y el empleo del idioma ruso como agente homogenizador, la pérdida de idiomas asiáticos se aceleró gravemente. De itelmen, en la península de Kamchatka, quedan menos de un par de docenas de habitantes ancianos. El fascinante archi, en el Cáucaso, que es tan complejo que un solo verbo puede tener hasta más de 1.5 millones de formas, cuenta ya con menos de 1.200 parlantes. Las características excepcionales del archi y cada una de estas lenguas demuestran una reflexión humana profunda sobre la capacidad de adaptación al medio. Al extinguirse un idioma, su creatividad e interpretación de la realidad desaparecen abruptamente de nuestro conocimiento común.

En el mundo se hablan aproximadamente de seis a siete mil idiomas y dialectos; considerando los puntos anteriormente expuestos vemos que es difícil establecer una cifra precisa. La estudiosa finlandesa Tove Skutnabb-Kangas estima que en los últimos 500 años la mitad de los idiomas que se conocían han desaparecido, notablemente por procesos de colonización o asimilación a idiomas y culturas más difundidas. Si esta tendencia continúa, el 90% de los idiomas actuales habrá desaparecido en los próximos 100 años, bajando el número total de idiomas sobrevivientes a unos meros 600.

Lo más preocupante de esto es que lo perdido con cada idioma que desaparece no es sólo una forma de expresión lingüística, sino un modo de interpretar y catalogar la realidad, un Weltanschauung. Por eso es importante proteger la diversidad de las lenguas. La asociación Terralingua, por ejemplo, propone incorporar el concepto de diversidad cultural humana dentro del concepto de bio diversidad, a modo de poder proteger oficialmente a las lenguas y dialectos menores, y a aquellos grupos humanos que los hablan, ya que sin un marco legal de derechos humanos lingüísticos se acelera la vulnerabilidad de las minorías y se aumenta su riesgo de marginalización o desaparición.

Un caso interesante de lo que estamos perdiendo es el de los alacalufes, única etnia sobreviviente de todas las culturas originarias de Tierra del Fuego. Se estima que la cantidad de hablantes de kawesqar no llega ni a 15 personas, pues el español ha absorbido a la lengua aborigen. Es una pena ya que este idioma es un caso completamente aislado, sin conexión a ningún otro grupo de lenguas. El kawesqar no tiene ni números ni conceptos para jerarquías (rico, pobre), y carece de tiempo gramatical futuro (dato interesante, dadas las duras condiciones climáticas del sur de Chile). Contrariamente, el pasaje de conocimiento y la historia del pueblo son muy importantes: gramaticalmente el pasado tiene cuatro tiempos, uno de los cuales es el pasado místico, en el cual se cuentan los mitos orales del grupo.

Y como este caso hay varios. De tariana, en la cercanía del río Vaupes en el Amazonas brasilero, se estima que quedan menos de 100 hablantes. Esta lengua incluye un componente en su gramática gracias al cual sólo se puede decir algo con certeza: cabe preguntarse si quienes lo hablan pueden mentir o crear ficción. El rama en el Caribe, el saami del sur de Noruega, el penan en la isla de Borneo y el ch’orti’ en Guatemala y Honduras, último eslabón de la civilización maya… todos ellos están en vía de extinción.

Preservar los idiomas no es un acto de mantener gustos exóticos superficiales o estéticamente interesantes, sino de salvar formas de transmisión e interpretación de conocimiento. La biodiversidad cultural nos enriquece como seres humanos. Que exista una lengua como el Kawashkar con un tiempo verbal para contar mitos es fascinante; que permitamos que se pierda es una tragedia evitable.

adaptado de un artículo publicado en la revista uruguaya Dixit

literatura

Impredecible

Mabel se levantó sin muchas ganas, abrió los ojos de a poquito como para examinar el día y decidió que justamente hoy era uno de esos en los cuales no valía la pena levantarse. El ruido impertinente del despertador le recordó que en el trabajo la esperarían igual, y ella ahogó su mecánico chillido con un golpe rápido y firme. Corrió las sábanas de prisa y sin pensarlo más se levantó de la cama. Sus pies, entumecidos por la noche sin sueño y la forma de caracol con la que su cuerpo se arrollaba para evitar el frío y olvidarse de la inmensidad de una cama vacía, buscaron solos las pantuflas y se dirigieron hacia el baño sin que ella tuviese que guiarlos. Al llegar a la puerta se detuvieron, y su mano se elevó hasta la cerradura para retorcerla sin gusto y salir al pasillo oscuro y lúgubre, en el cual su figura sólo dejó una sombra imperceptible y se perdió frente a la entrada del baño.

La luz puntiaguda del cuartucho estrecho le causó el segundo ceño fruncido del día, y el ruido impertinente de la cisterna corriendo estriñó aún más los entrenados músculos de sus oídos, que hacía tiempo habían adquirido la facultad de cerrarse por completo tras tantas noches de pasos y gritos colándose por las paredes.
Con rapidez tanteó por el papel higiénico, a la vez que sus ojos buscaban en el techo aquella araña patuda y taciturna que había poblado la esquina izquierda por incontables mañanas, y a quien ella no pudo desterrar ni con el palo de una escoba, tal era el abismo que las separaba y las convertía en dos seres independientes e inaccesibles. Mas sus ojos no dieron con sus voluminosos miembros ni con nada que se le pareciese, con lo que Mabel consideró a la araña emigrada hacia otra habitación, y puso fin a ese pensamiento al apagar la luz del baño con un golpe seco.

Al entrar nuevamente a su pieza se dirigió sin más al lavabo y bebió dos buches de agua corriente con el mismo vaso de siempre; lo dejó sobre la repisa junto al espejo y ni siquiera alzó la vista para ver aquella imagen ocupada que se reflejaba apenas en el cristal oxidado. Corrió la cortina barata para dejar entrar el gris de la mañana, y se inclinó hacia la ventana para alzar un poco el vidrio movedizo, queriendo extender su campo de visión hasta los canales del centro. Un gesto algo imposible, se dijo, pues su pieza estaba situada en la periferia de la ciudad y nada sabía de canales antiguos, tulipanes y casas del medioevo. El edificio en el que vivía era un cubo metálico e insípido, así que Mabel desistió de su quimera sin antes echarle un vistazo a la maceta que se balanceaba desde hacía días en el alféizar. La habían dejado abandonada junto a varios cartones y muebles abatidos, cuando la familia marroquí desapareció repentinamente del apartamento de al lado. Mabel decidió rescatarla, pero al cabo de una semana la planta parecía seguir expirando, como ella. Quizás fue esa comparación espontánea que convenció a Mabel de esperar otro día más antes de rendirse y tirarla a la basura.

Entró nuevamente la cabeza a la habitación y comenzó a desvestirse, sus ojos buscando la hora en el reloj de la pared y su mente calculando los minutos restantes para cada acto siguiente. Con una precisión que igualaba su ausentismo terminó de lavarse y vestirse, quitó del balde escondido en las esquina las ropas en remojo, las estranguló lo mejor que pudo y las colgó en la redecilla junto a la estufa apagada, prometiendo recordar prenderla a la vuelta del trabajo. Buscó la última manzana que le quedaba en la repisa y al encontrarla la deslizó en inmensidad de su bolso, controlando también que el paraguas estuviera dentro de él. Era un gesto tan automático como inútil, pues luego de dos meses en Holanda ya había aceptado que ningún paraguas en el mundo podía vencer al clima nórdico.
Por último, recorrió la habitación con su mirada eficiente, y desenterró las llaves de la cerradura para clavarlas del lado de afuera de su puerta y bajar por el laberinto de pasillos y escaleras hacia la calle.

El candado de la puerta principal se dejó trabar fácilmente con una vuelta precisa, y con la misma vuelta ondulante de su muñeca ella escurrió las conocidas llaves hacia el vientre del bolso. Cuando el cierre recobró su posición original, los pies de Mabel ya la habían llevado hasta la parada del autobús. Se bajó donde siempre y atravesó el primer puente para tomar la calle principal. Ni el frío de la mañana ni el tráfico creciente la perturbaban, al contrario, Mabel juraría que le causaban una leve satisfacción, pues cada detalle del lunes se correspondía con sus predicciones mentales. Le sorprendía la abominable previsibilidad del mundo, el atravesar el corazón de la calle de doble tráfico en el mismo punto y al mismo instante todos los días, teniendo la seguridad que ningún vehículo la alcanzaría a pesar del verde insolente de los semáforos, el avanzar por detrás de los dos ómnibus en línea en la primera curva sabiendo que no se moverían hasta un latido después, el paso certero del metro frente a la estación, y la escalera mecánica estática que se encendería tres segundos más tarde.

El maquinismo avasallador del alba eran reconfortantes. Ellos protegían a su mente de cualquier interrupción, y le permitía así perderse en sus propios caminos internos, pensar sus propios puentes, avenidas y senderos, por los cuales ella podía transitar ilusionada con la esperanza viva de encontrar allí, escondido en un rincón, algo verdaderamente impredecible.

borrador de Día Soleado